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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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27-01-2016

 

Lenin, 1917. Trump, 2017

 

 

 


SURda

Notas

 

Julio A. Louis

 

 

El estudio de la Historia –madre de las ciencias sociales- ayuda a explicar el curso dialéctico –y no lineal- de la marcha de la humanidad. Si 1917 pudiera simbolizarse en una persona, sin dudas ésta es Lenin, líder de la primera revolución de intención socialista, que conmueve al siglo XX. Aunque 2017 recién comienza, arriesgo el juicio de que la figura más significativa será Trump, el presidente electo de la actual nación más poderosa. Las diferencias entre aquel 17 y éste, son sensibles, pero tienen como telón de fondo común, el dominio del sistema capitalista, que evidencia crisis de diferente calidad y una camaleónica capacidad de sobrevivencia.

 

1917: aquella crisis del sistema

 

En 1917, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, se rompe lo que Lenin denomina el eslabón débil de la cadena imperialista, Rusia. Sin considerar ahora, ni esa guerra ni esa revolución, vale afirmar que ambas están causadas por profundas transformaciones en el sistema, que se traducen en trascendentes debates de la izquierda, principalmente europea.

Contra los pronósticos del joven Engels, que había vaticinado que “dentro de poco tiempo –se puede casi calcularlo- ha de estallar (…) una revolución frente a la cual, la Revolución Francesa y el año 1794 serán juegos de niños ” , hacia fines del siglo no solo no aparece, sino que se diluye como perspectiva. El hecho motiva un debate profundo, entre “ortodoxos” que defienden el pensamiento de Marx y Engels y “revisionistas” que lo cuestionan.

Sucede que, en Inglaterra- eje de la Revolución Industrial-, las crisis son violentas en el período 1825-1850, tiempo de la reflexión de Engels. Desde 1820 hay migración masiva del campo a la ciudad, ruina en gran escala del artesanado, conversión de los campesinos y artesanos en proletarios fabriles, desocupación y descenso del salario real.

En cambio, desde 1850 a 1914 el capitalismo inglés crece fuera de fronteras. La expansión imperialista favorece la situación del mercado de trabajo, y la clase trabajadora mejora sus salarios y condiciones de vida en los centros capitalistas metropolitanos en su conjunto.

Pero sobresale una dicotomía profunda entre las metrópolis y las colonias y países dependientes. En contraposición a la situación de Inglaterra, en la India, por ejemplo, el proceso es inverso y el destino de grandes masas es mucho peor. Con la presencia dominadora británica, el desarrollo económico autóctono se interrumpe y se impide el surgimiento de una nueva industria y la importación de maquinaria, para vender las mercancías británicas sin competidores internos. Crece la desocupación y la pobreza, decenas de millones mueren de hambre, los desocupados vuelven a la tierra, pero ésta ya tenía suficientes campesinos. La agricultura será prácticamente la única actividad y la India se va convirtiendo en un país rural.

Una joven polaca, militante de la socialdemocracia alemana, Rosa Luxemburgo, capta, con agudeza, que la expansión imperialista desde las últimas décadas del siglo XIX, posterga la crisis en los países imperialistas, y que habría que esperar para que la crisis estallara allí con fuerza, pues todavía el mercado mundial se hallaba en una etapa de expansión. El capitalismo, en su fase imperialista, exporta capitales, además de manufacturas, a los países coloniales y semi-coloniales, y la clase trabajadora de los países centrales vive mejor, gozando de las “migajas del festín imperialista” (al decir de Lenin), que le concede la burguesía para mantenerla satisfecha y aletargar la lucha de clases. Además, emigran cientos de miles de trabajadores europeos, mejorando las condiciones de vida de ellos y de los que quedan en los países de origen. En tal situación, no extraña que –a pesar que el proletariado europeo occidental fuera el más fuerte cuantitativa y cualitativamente- la revolución irrumpiera en Rusia, de desarrollo más atrasado.

La Primera Guerra, una guerra típica inter-imperialista, desemboca en la Revolución Rusa, que luego se extiende a la U.R.S.S., las democracias populares y otras experiencias de intención socialista, en lo que se ha denominado “el campo socialista”. Pero, el capitalismo ha sabido resistir y vencer. Y envalentonado con su victoria, en especial, con la desintegración de la U.R.S.S. (1991), proclama a través de sus pensadores, el “fin de las ideologías”. En tal sentido Fukuyama cree que la ideología está superada –o está siéndolo- dentro del sistema capitalista, definitivo vencedor. Robustece ese optimismo el cambio de bando de muchos otrora defensores del “campo socialista” convertidos al pensamiento neoliberal, lo que hace palpable la victoria frente a la “subversión comunista”. Todo va (o iba) bien… Alcanzaba con ser eficientes administradores del capitalismo mundializado, globalizado, sin margen para “utopías” opositoras. A lo sumo, era admisible una “izquierda” del capitalismo, que se conformara con leves reformas.

 

Esta crisis extendida

 

Pero cuando los Estados Nacionales imperialistas -que son agentes de los dueños del mundo, los miembros del Club de Bilderberg- arremeten contra los obstáculos provenientes de las zonas dependientes (Irak, Siria, Palestina, Venezuela, Brasil, etc.) y la expansión del mercado mundial, observado por Rosa Luxemburgo, se ha convertido en la globalización o mundialización del sistema, sorprende a sus defensores que el dominio de la elite capitalista dominante cruja, con sismos que sacuden no solo al Sur periférico, sino también, a las metrópolis imperialistas.

Las guerras imperialistas, con la aparición consiguiente de los denominados “estados fallidos” –consecuencia de esas agresiones- provocan que cientos de miles de sus habitantes penetren como puedan en las fortalezas del capitalismo, Europa occidental y Estados Unidos. A su vez, las empresas trasnacionales, tras el móvil de acrecer la tasa de ganancia, han trasladado sus fábricas de las metrópolis a las regiones o países donde los salarios y las condiciones de trabajo son inferiores, principalmente a América Latina y a Asia. Y se da vuelta la taba. Ahora, además del deterioro desesperante de pueblos de los países periféricos, se agrega, en los antiguos centros industriales de los Estados Unidos o de Europa Occidental, la desesperación de grandes masas de trabajadores convertidos en desocupados, quienes comparan su situación antes del avance de la globalización con la actual, y obviamente, también rechazan la globalización.

¿Quiénes canalizan ese malestar? Por un lado, las fuerzas de izquierda, que denuncian las lacras del sistema y proponen soluciones para las grandes masas desposeídas, constituidas tanto por los inmigrantes como por los naturales de los países imperialistas. De allí, el avance de una gama de posiciones opuestas al sistema, desde Sanders a Syriza o Podemos. Por otro lado, fuerzas de derecha, expresivas de sectores de burguesía perjudicados por la globalización, que comprenden el malestar “del abajo” y saben dirigirse a los descontentos, como ha sucedido con sectores políticos partidarios del Brexit o con Trump.

Las incertidumbres golpean al sistema, no solo porque los “de abajo” buscan soluciones –y seguramente aprenderán de las falsas que se le ofrecen- sino porque las contradicciones afloran en el propio bloque dominante. De las posibles modificaciones emanadas de los centros de poder, se beneficiarán o perjudicarán naciones enteras. En Nuestra América, en particular, se perjudicarán aquéllas que han sido conducidas por el bloque de poder dominante, a vivir bajo la férula estadounidense, sus tratados de “libre comercio” y/o la expansión de sus bases militares: México, Colombia, Perú, Chile, los casos más notorios.

Los pueblos de otras naciones –Uruguay entre ellas- deberán enfrentar las falsas soluciones de los diversos sectores de la burguesía dominante, para lo cual tendrán que construir o fortalecer fuerzas políticas y sociales que no transen con las propuestas de sus enemigos. Izquierdas que definan con claridad una postura internacionalista, agrupando a las expresiones de los trabajadores de los países desarrollados y de los dependientes. Izquierdas cuyo norte no puede ser conservar gobiernos a cualquier precio, desdibujando más sus contenidos de clase, sino que comprendan, que estudien las transformaciones estructurales y que no se despeguen en ningún sentido, de los deseos y las necesidades del pueblo trabajador. El camino a transitar debe ir en la senda del socialismo, con profundo sentido autocrítico de los errores cometidos, en las experiencias que así se autodenominaron.

 

 

Federico Engels. “La situación de la clase obrera en Inglaterra” (1845),